lunes, 16 de enero de 2012

Las Murallas de Sevilla.



Sevilla en el siglo XVII.


Las murallas de Sevilla fueron unas cercas militares que rodeaban el casco antiguo de la ciudad de Sevilla desde la época romana con continuas remodelaciones, fruto de los avatares vividos a lo largo de la historia de la ciudad durante sus periodos romano,visigodoislámico y finalmente castellano. Subsistieron hasta el siglo XIX en que fueron parcialmente derribadas tras la revolución de 1868, conservándose en la actualidad algunos paños en el barrio de la Macarena y el entorno de los Reales Alcázares de Sevilla, principalmente.


Los límites de la capital lo establecía la muralla, obra almorávide y almohade, que cerraba la ciudad a lo largo de unos seis kilómetros. Y exterior a ella, sus dos ríos,  el Guadalquivir por el oeste y el arroyo Tagarete por el este y sur; éste último ya no puede verse por la ciudad pues fue cubierto y desviado a lo largo de los siglos. Pero en el siglo XVI todavía suponía un límite para la comunicación con la campiña periférica. 


La muralla, hecha de cal, arena y guijarros tenía su barbacana (muro anterior más bajo), separada por un foso de unos tres metros de ancho (aún puede verse perfectamente por la Macarena). La cerca tenía entre 166 a 200 torres y casi una docena de puertas más tres o cuatro postigos: Sol, Osario, Carmona, Carne, Macarena, Triana, Arenal, Real, Córdoba, Jerez, Goles, Bib Johar, Almenilla, y Bibarragel. De todas las torres, la mayor y más galana era la Torre del Oro, una torre albarrana  que fuera de la línea de muralla permitía defender el río y el acceso al puerto.

Las puertas jugaron un papel determinante en todos los sentidos, incluso en el sentimiento de guarda y clausura que durante la noche protegía la vida y la salud de los vecinos, pues consideradas como cosas santas, quebrantarlas estaba castigado hasta con la pena de muerte en las Partidas. Las puertas se abrían a la salida del sol y durante el día permanecían abiertas, pues muchos trabajaban fuera de la ciudad en los campos de labor inmediatos, en los molinos, las viñas y las huertas que abastecían Sevilla, como la del Rey o las próximas a la Macarena, en los barrios portuarios como Triana, en los conventos extramuros como los de la Trinidad, San Bernardo o San Jerónimo, en hospitales como el de la Sangre o el San Lázaro. El trasiego de viajeros por las puertas camineras de Carmona, Córdoba, Macarena, Jerez o Triana tuvo que ser incesante. Pero al atardecer los guardas cerraban las puertas sin excepciones.





Ante la complicada situación política que vive al-Andalus tras la caída del califato, en 1023 el rey Abud-Qasim-Musammad ben Abbad ordena reconstruir todas las murallas de la ciudad de Sevilla, unas murallas que protegerían las trescientas hectáreas de lo que hoy conocemos con la Sevilla intramuros, con una longitud de mas de seis kilómetros.

Las murallas se complementaban con unas 150 torres -casi todas de planta cuadrada- que se ubicaban a cuarenta metros de distancia entre sí. El lienzo defensivo contaba con doce puertas. Algunas de estas torres no eran de planta cuadrada como la de la Plata o la del Oro. En 1222 las murallas sevillanas se reforzaron con un antemuro y un foso pero todo el recinto defensivo no fue suficiente para que Fernando III no tomara la ciudad en 1248.

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